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lunes, 18 de noviembre de 2013

Una educación sentimental (about love and revolution)


por Liria Evangelista












La primera vez que la Niña Soviética escribió una carta de amor, tenía doce años. El destinatario era un compañero del grado, rubio, de ojos azules y tremendamente petiso que la hechizó regalándole un cucurucho de frutilla y chocolate y bailando Killing me Softly with His Song en un cumpleaños.

La carta--que nunca fue enviada y que aún existe,conservada para la posteridad entre las páginas del diario íntimo de la infancia-- estaba escrita en inglés. No hay que sorprenderse. Después de todo, la Niña Soviética fue, también, una Niña de la Commonwealth.

Hubo en la infancia  historias que me dejaron sin aliento : el triángulo de las hermanas March con Laurie en Mujercitas, el amor entre Robin Hood y Lady Marian, entre Sandokan y la Perla de Labúan; La Dama de las Camelias escupiendo su última sangre en la pira sacrificial del abandono, Rita Hayworth contonéandose y desnudando un brazo en el gesto de las más obscena lubricidad que esta niña hubiera visto. En la oscuridad del cine 25 de mayo de la avenida Triunvirato cuántas tardes perdí el aliento mirando a Sandro besar en la pantalla, deseando para mi esa saliva y esa lengua que apenas se adivinaba.

 La Niña Soviética, criatura barrial de Villa Urquiza, escritora púber de cartas de amor en lengua extranjera, quería saber qué era el amor. Quería, con la misma fuerza con la que había deseado un miriñaque, amar y ser amada. La Niña Soviética conjeturaba: ¿Había que ser bella? ¿Que ser buena? ¿Inteligente? ¿Heroica? ¿Mala? ¿Seductora? ¿Tonta? ¿Había que morir? ¿Había, acaso, que matar?

Las tardes con papá en el Cosmos 70 sumaban la dimensión de la revolución a la más pedestre del amor. Me llevaba a ver las que él llamaba "de amor revolucionario".

"Es el más hermoso--predicaba mi viejo-- el que hace que nos olvidemos de nosotros mismos para abrazar a todos los pobres, a todos los que sufren, a toda la humanidad".  Dios mío. ¿Sería yo capaz de tamaño amor? ¿Podría abrazar a tanta gente junta?

 Del día en que nos tocó ver "El cuarenta y uno" viene  una ráfaga de olorcito a chocolate, a alfombra húmeda, al ruido del proyector al encenderse. Artkino Pictures. Mi mamá ya la había visto cuando la estrenaron, en 1956.  "El es hermoso, noble y contrarrevolucionario", me había adelantado, " los ojos azules más preciosos (oh, my beloved blue eyes) y ella es pobre y miliciana del Ejército Rojo. Naufragan en una tormenta y se enamoran. Ella, que ya había matado a cuarenta contrarrevolucionarios,  lo mata cuando el quiere huir. Es su enemigo 41. Es, también,  su gran amor" Le perdoné que me hubiera contado el final. ¿A quién le importan los finales si lo que de verdad importa es el amor? "Agarra el cadáver en sus brazos y grita", mamá había perdido el aliento y yo también, "grita que sus ojos eran tan azules"

Todo fue tal cual mi mamá me lo había anunciado: él era hermoso y sus ojos eran azules, enormes y delicadamente maquillados para hipnotizar a la audiencia. Soldado del Ejército Blanco él, miliciana del Rojo, ella. Naufragan, se salvan, él se enferma, ella lo devuelve a la vida. Están solos, están desnudos. O casi. Es la primera vez que  encuentro en una pantalla cuerpos que permiten adivinar que la carne es  cuerpo pero también es otra cosa. El problema es que yo aún no sé nombrarla y no pregunto, porque estoy con mi papá y me da vergüenza, pero sobre todo porque no sé qué preguntar. Me olvido de comer el maní con chocolate y siento la humedad azucarada pegotearse en la mano. Qué asco. Mi  mamá sólo me había hablado de ojos azules y de llanto, no del calor de una fogata y de piernas y brazos y torsos desnudos. No sé si es ese cuerpo delgado, de vello suave y rubio, o si son sus ojos azules, pero ella parece haber olvidado el amor revolucionario que todo lo abraza, y su entrega al enemigo es total. Traidora, pienso, y no puedo perdonarla. Yo quisiera que mi padre pudiera contestarme: ¿Hay límite para el amor? ¿Qué es y dónde está la revolución, que no se ve?

 Mi miliciana se derrite en ese cuerpo y en esos ojos. Pegajosa. Vulnerable.  Qué asco. Es el amor el olvido completo de si? ¿Es el olvido de la revolución, de los pobres, de los miserables, el olvido de lo más noble y puro de la humanidad? ¿Hay que darlo todo?, me pregunto. Ella le entrega sus poemas para que él tenga papel para fumar. Ella se le entrega como cosa, como papel. Qué asco, me repito.¿Eso es el amor? Si es así yo no lo quiero.  Me pregunto si voy a tener que hacer todas esas cosas  y tengo miedo. No me imagino entregándole a nadie mi diario íntimo o mi cuaderno con poemas,  sería incapaz de dar cualquiera  de mis libros. Me agarro fuerte al papel como si me agarrara a mi nombre. Y cuando llega el tiro del final, esa muerte me coloca en el umbral de lo sublime: existe un límite, indecible e impiadoso. Existe. Y serán a partir de entonces muy diversas las formas que encontraría la Niña Soviética para sostener su nombre: la trascendencia, la escritura, la ruptura, la traición, el desapego. También la claridad y la inocencia.

No fueron pocos los descubrimientos de esa tarde de cine.


Abro el cajón y saco Mi Querido Diario. Las tapas de plástico ajadas y amarillentas. La tinta un poco desvaída. Cuarenta años, casi.

Leo:

"22 de septiembre de 1973

My dear:

Today I went to the movies. It was about love and revolution"

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