por María Rosa Grotti
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Nosotros
somos la generación de Bidú Cola, ¿se acuerdan? Ahora tenemos más de
treinta años y ninguno sirve ni pa’ repuesto e’ loco. Pero íbamos a ser
una generación de lujo. Recuerden.
A los 15 años, las chicas hacíamos tañir nuestras polleras campana-plato en las veredas, mientras dábamos la vuelta del perro. Fuimos las últimas vírgenes viejas: hasta los 22, cruzábamos fuerte las piernas y resistíamos a brazo partido. Buena parte de las memorias de las princesas cordobesas se han escrito en los zaguanes, mientras rendíamos -y nos bochaban- la ‘prueba de amor’.
Hemos hecho de todo: bailamos en una baldosa con los Románticos de Cuba y sufrimos luxación de cadera con el desenfreno del twist.
Crecimos con Los Beatles, pero ya se había apoderado de nosotros una rebeldía sin causa que nunca se curó del todo. Somos la generación de la Bidú ¿se acuerdan?
Las primeras pitadas de Saratoga sin filtro las hicimos una tarde mientras jugábamos a la payana en la plaza Colón. Desde entonces ¡cuántos cigarrillos decisivos hemos fumado sobre el filo de las madrugadas!
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos...
A nosotros nos tocaron los cuatrocientos golpes y nos quedamos sin aliento en una strada cualquiera, contemplando el anochecer de días agitados.
La niñez quedó atrás junto a los caramelos Misky, el tintero involcable y el olor a mandarina; Raúl Show Moreno y Antonio Prieto ya no seguirían peleándose por el azúcar.
El Club del Clan pretendía asociarnos, pero las muchachas queríamos parecernos a la Maga, de Rayuela; a veces lo conseguíamos, porque algún ingrato nos abandonaba con un bebé rocamadour en los brazos.
Recuerden, nos llevábamos el mundo por delante, tal vez por eso el mundo nos atropelló a nosotros y sufrimos fracturas varias, algunos de corazón.
Nuestra mitología se renovaba sin cesar: el Che Guevara fue la Osa Mayor de un cielo que todavía era celeste.
Recuerden. Salimos a la calle a gritar palabras felices o incoherentes.
Aprendimos a tirar del cordón de la campana, del cordón de la desobediencia que hace estallar la cobardía.
Pateamos el tablero, desvestimos los santos, metimos el dedo en la llaga, rompimos todos los esquemas y tiramos los pedacitos al viento de la historia.
Pero claro, después vino lo otro. Recuerden. Una inmensa inmundez inundó nuestro mundo.
¿Curados de espanto?
Somos la generación de Bidú, no sé si se acuerdan. Los que en 1976 teníamos entre 20 y 30 años, los jóvenes de entonces, no sé si me siguen. Somos los que quedamos de aquéllos que fueron toda una promesa ¿entienden? La mesa de saldos y retazos, dirán algunos.
¿Qué pasó? ¿La película no era en technicolor? ¿Por qué ahora la pasan en blanco y negro? ¿Y por qué hay tan poco blanco, por Dios? Cada día, al levantarnos, los presentimientos nos asaltaban a punta de pistola. Todos en mayor o menor medida éramos culpables de algo. Fumábamos toda la noche, con el corazón hecho una fiera, mientras esperábamos oír las botas del domador. John Lennon también murió asesinado, mientras los amigos, pedazos de nuestra vida, se quedaban detenidos en el tiempo con estatitez insobornable. A esas fotografías inexactas, malas copias que nos dejó la muerte, las escondíamos en los pasadizos de la memoria para no despertar las iras de las fuerzas de inseguridad. Algunos se volvieron moscas de tanto sonreírle a las arañas. A Gigí le reventaron la cabeza con una piedra, el Gordo Serrucho se murió de pobre, con mucha cárcel encima; el petiso Zucaría languidece de tristeza en Suecia; al tero Valverde nunca lo volvimos a ver después de presentarse en la Aeronáutica al saber que lo buscaban. Y Nelson, y el Gordo Luvy, y el Chencho y....
Si pasan por el Dique San Roque, arrojen una flor blanca y no pregunten por qué. Nadie se cura de espanto: eso no lo sabe el domador.
Aquí estamos los de la generación de Bidú, con un cielo sin estrellas que algún día fue celeste. Rengos y mancos, con el alma chueca, castigados por cuatrocientos golpes, con el sueldo hipotecado en aspirina y un sueño feliz, gracias al valium, pero siempre de pie.
Fuimos una promesa ¿se acuerdan? Pero todavía no está dicha la última palabra.
A los 15 años, las chicas hacíamos tañir nuestras polleras campana-plato en las veredas, mientras dábamos la vuelta del perro. Fuimos las últimas vírgenes viejas: hasta los 22, cruzábamos fuerte las piernas y resistíamos a brazo partido. Buena parte de las memorias de las princesas cordobesas se han escrito en los zaguanes, mientras rendíamos -y nos bochaban- la ‘prueba de amor’.
Hemos hecho de todo: bailamos en una baldosa con los Románticos de Cuba y sufrimos luxación de cadera con el desenfreno del twist.
Crecimos con Los Beatles, pero ya se había apoderado de nosotros una rebeldía sin causa que nunca se curó del todo. Somos la generación de la Bidú ¿se acuerdan?
Las primeras pitadas de Saratoga sin filtro las hicimos una tarde mientras jugábamos a la payana en la plaza Colón. Desde entonces ¡cuántos cigarrillos decisivos hemos fumado sobre el filo de las madrugadas!
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos...
A nosotros nos tocaron los cuatrocientos golpes y nos quedamos sin aliento en una strada cualquiera, contemplando el anochecer de días agitados.
La niñez quedó atrás junto a los caramelos Misky, el tintero involcable y el olor a mandarina; Raúl Show Moreno y Antonio Prieto ya no seguirían peleándose por el azúcar.
El Club del Clan pretendía asociarnos, pero las muchachas queríamos parecernos a la Maga, de Rayuela; a veces lo conseguíamos, porque algún ingrato nos abandonaba con un bebé rocamadour en los brazos.
Recuerden, nos llevábamos el mundo por delante, tal vez por eso el mundo nos atropelló a nosotros y sufrimos fracturas varias, algunos de corazón.
Nuestra mitología se renovaba sin cesar: el Che Guevara fue la Osa Mayor de un cielo que todavía era celeste.
Recuerden. Salimos a la calle a gritar palabras felices o incoherentes.
Aprendimos a tirar del cordón de la campana, del cordón de la desobediencia que hace estallar la cobardía.
Pateamos el tablero, desvestimos los santos, metimos el dedo en la llaga, rompimos todos los esquemas y tiramos los pedacitos al viento de la historia.
Pero claro, después vino lo otro. Recuerden. Una inmensa inmundez inundó nuestro mundo.
¿Curados de espanto?
Somos la generación de Bidú, no sé si se acuerdan. Los que en 1976 teníamos entre 20 y 30 años, los jóvenes de entonces, no sé si me siguen. Somos los que quedamos de aquéllos que fueron toda una promesa ¿entienden? La mesa de saldos y retazos, dirán algunos.
¿Qué pasó? ¿La película no era en technicolor? ¿Por qué ahora la pasan en blanco y negro? ¿Y por qué hay tan poco blanco, por Dios? Cada día, al levantarnos, los presentimientos nos asaltaban a punta de pistola. Todos en mayor o menor medida éramos culpables de algo. Fumábamos toda la noche, con el corazón hecho una fiera, mientras esperábamos oír las botas del domador. John Lennon también murió asesinado, mientras los amigos, pedazos de nuestra vida, se quedaban detenidos en el tiempo con estatitez insobornable. A esas fotografías inexactas, malas copias que nos dejó la muerte, las escondíamos en los pasadizos de la memoria para no despertar las iras de las fuerzas de inseguridad. Algunos se volvieron moscas de tanto sonreírle a las arañas. A Gigí le reventaron la cabeza con una piedra, el Gordo Serrucho se murió de pobre, con mucha cárcel encima; el petiso Zucaría languidece de tristeza en Suecia; al tero Valverde nunca lo volvimos a ver después de presentarse en la Aeronáutica al saber que lo buscaban. Y Nelson, y el Gordo Luvy, y el Chencho y....
Si pasan por el Dique San Roque, arrojen una flor blanca y no pregunten por qué. Nadie se cura de espanto: eso no lo sabe el domador.
Aquí estamos los de la generación de Bidú, con un cielo sin estrellas que algún día fue celeste. Rengos y mancos, con el alma chueca, castigados por cuatrocientos golpes, con el sueldo hipotecado en aspirina y un sueño feliz, gracias al valium, pero siempre de pie.
Fuimos una promesa ¿se acuerdan? Pero todavía no está dicha la última palabra.
(El recuerdo de una entrañable amiga y compañera del peronismo de izquierda, de aquellos duros años) H.S.
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