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viernes, 9 de mayo de 2014

9 de mayo. Rusia conmemora aniversario de la Victoria sobre el nazismo
















9 de Mayo de 1945, Día de la Victoria






Aún hoy, sesenta y seis años después, Rusia, como cada aniversario, conmemora la victoria sobre el nazifascismo.
En el gigantesco desfile conmemoratorio del 2011, resultó curioso, y para muchos emocionante, observar que en el encabezamiento de la parada militar, tras la bandera rusa actual, marchara un pelotón portando la bandera con la hoz y el martillo.
En primera fila, la presencia de los pocos veteranos que aún sobreviven. ¿Cuántos años tendrían entonces, cuando recorrieron más de tres mil kilómetros, desde Stalingrado a Berlín? Es que Rusia, aún hoy, desaparecida la ex-Unión Soviética, no puede olvidar aquella gesta gloriosa ni a sus protagonistas. Veinte millones de muertos respaldan esa memoria.

Túve oportunidad de hablar con algúnos de ellos. Muy pocas familias soviéticas no sufrieron daños o la pérdida de algún ser querido durante la guerra. También, es cierto que no fueron pocas las afectadas directamente por las represiones y abusos del stalinismo
.
Y aún así, el pueblo sigue manteniendo la memoria sagrada de su trágica epopeya. Aún así, los soldados iban al combate, se arrojában debajo de los tanques empuñando granadas al grito de "za rodianu, za Stalina" (por la patria, por Stalin).
Aún así, los ciudadanos de Moscú resistieron, los leningradenses derrotaron el hambre, los escritores y poetas empuñaron la pluma o las armas, desde Ilyá Ehrenburg o Vassily Grossman como periodistas y corresponsales de guerra, hasta aquellos que habían sido marginados y proscriptos, como Olga Bergholz, que inclúso había estado encarcelada, haciéndose cargo de las emisiones de Radio Leningrado, o la poeta Ana Ajmátova, que escribiría poemas épicos y los leería a los soldados o a los heridos en los hospitales del frente.

"ahora sobre la balanza
Y qué está sucediendo.
La hora del coraje ha sonado
Y coraje no nos faltará.
No nos asusta caer bajo las balas,
No será amargo quedarnos sin techo.
Tu voz guardaremos, Rusia,
El gran verbo ruso,
Libre y puro lo entregaremos
A nuestros nietos, y a salvo del cautiverio.
¡Para siempre!
( "Coraje" Ana Ajmátova, 23 de febrero de 1942)

o cantaría su profundo amor por la tierra rusa:

"Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.
Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.
Y molemos, arrancamos, aplastamos
esa tierra que con nada se mezcla.
Pero en ella yacemos y somos ella,
y por eso, dichosos, la llamamos nuestra."
                                                                                                                                                Algunos días después de la capitulación alemana, el 8 de mayo de 1945, el Mariscal Zhukov, refiriéndose a la toma de Berlín,  dió una conferencia de prensa que se haría célebre: "Esto no se pareció a lo de Moscú, Leningrado, ni siquiera Stalingrado.
Durante los primeros años de la guerra tuvimos a menudo que enfrentarnos con una combinación de desgraciadas circunstancias. Y tampoco tenían entonces nuestros soldados y oficiales la experiencia que acabaron poseyendo.
En esta batalla por Alemania disponíamos de gran superioridad en efectivos humanos, tanques, cañones, aviones; en fin, de todo(...). Más de medio millón de soldados alemanes tomaron parte en la operación defensiva de Berlín. 300.000 eran ya prisioneros antes de la capitulación final, y 150.000 murieron en combate. El resto huyó al acercarnos nosotros."

El Coronel Benzarin, comandante en jefe de Berlín informó que los sovéticos "perdieron miles y miles de hombres en la batalla final (las cifras estimativas calculan 800.000 hombres). La lucha fue rudísima. Quienes ganaron la batalla, en realidad, han sido los infantes y artilleros soviéticos. Los aliados occidentales bombardearon a fondo, pero su intervención no tuvo efectos militares decisivos. Es verdad que arrojaron 65.000 toneladas de bombas sobre la capital alemana, pero también nosotros, en un par de semanas apenas, disparamos 40.000 toneladas de cartuchos artilleros y de morteros.
Tuvimos que echar abajo casas enteras con tanques y cañones. Los alemanes combatían fanáticamente. Chicos y chicas jóvenes nos lanzaban granadas de mano, y atacaban nuestros carros de combate con sus infernales faustpatronen, lo que casi era un suicidio.Finalmente tuvieron que capitular el 2 de mayo, pero incluso después de la capitulación hubo miembros de las SS y de las Juventudes Hitlerianas que siguieron disparándonos desde las ruinas."

El escritor y periodista inglés Alexander Werth, que cubrió desde Moscú toda la guerra, visitando todos los lugares en que se combatió, una vez liberados, narra en su libro "Rusia en la Segunda Guerra Mundial", publicado en 1969, que "En las ruinas del Reichstag, en que se luchó fieramente a muerte, en las columnas de la Puerta de Brandeburgo, tan afectada por las luchas, en el pedestal gigante de la columna de la Victoria y del monumento a Bismarck, en la aplastada estatua ecuestre del kaiser Guillermo I, aparecían grabados miles de nombres rusos, o pintados o arañados: "Sidorov, desde Tambov", o "Ivanov, todo seguido desde Stalingrado", o bien "Mikahilov, que luchó con los nazis en Kursk", o "Petrov, de Leningrado a Berlín", etc. Había tumbas rusas en el Tiergarten, en las orillas del Reichstag y en otros sitios..."

En "la larga noche del 42", el año más terrible para el pueblo ruso, se hizo famoso un poema del escritor Konstantin Simonov, con sus tonos casi religiosos:

"Espérame y volveré; pero espérame intensamente
 espérame cuando el dolor te embriague y contemples la amarillenta lluvia
 espérame cuando el viento te azote con su cellisca
 espérame cuando el calor te sumerja en su horno
 espérame cuando todos hayan dejado de hacerlo, olvidando el ayer
 espétame cuando desde muy lejos ninguna carta te llegue
 espérame incluso cuando todos se jayan cansado de esperar...
 espérame cuando mi madre y mi hijo créan que ya no existo
 y cuando los amigos, sentados en torno al fuego, brinden en mi memoria
 espétame también, y no te apresures a unirte al brindis.
 Espérame porque volveré, desafiando a la muerte
 y deja que quienes no esperaron digan que he tenido suerte.
 Nunca comprenderán que, en medio de la muerte,
 tú, al esperarme, pudiste salvarme.
 Sólo tú y yo sabremos cómo viví:
 Es porque me esperaste, cuando nadie lo hacía."

Evidentemente, esta traducción literal no mantiene el ritmo del original, e incluso podemos afirmar que, desde un estricto punto de vista literario, como poema, es mediocre. Pero, sin embargo, en aquel otoño de 1941 en que se publicó por primera vez, y durante todo el año 1942, sin duda alguna llegó a convertirse en la poesía más popular de Rusia.
Era algo que millones de mujeres musitaban a diario para sus adentros, como si fuera una plegaria. Por lo demás resulta difícil, a tantos años vista, darse cuenta __ excepto si se vivieron aquellas jornadas en la propia Rusia__ de lo decisivo que era un poema para literalmente millones de mujeres rusas. Nadie podía decir a la sazón cuántos cientos de miles habían caído en el frente desde el fatídico 22 de junio, o eran prisioneros del enemigo, entre tal multitud de hombres desaparecidos.

Werth finaliza su documentada obra con el siguiente texto: "Y sin embargo, pese a la desilusión completa que le siguió, la trágica y heroica lucha rusa de 1941-1945 continúa siendo la más espantosa, y a la vez la más orgullosa hazaña del pueblo ruso... Hoy nos parece casi un momento épico de otras épocas, algo que nunca podrá repetirse. Para el pueblo ruso, el pensamiento de una nueva guerra es doblemente horrible; porque sería una contienda sin un Sebastopol, un Leningrado o un Stalingrado; una guerra en la cual, por doquier, sólo habría víctimas y no héroes."

Estas palabras de Werth aparecen hoy premonitorias, cuando el desarrollo tecnológico armamentista y la letal presencia del arma nuclear son capaces de borrar con fuego y cenizas las figuras, siempre difusas, de héroes o de víctimas.

Esa es la razón por la que la Rusia capitalista de hoy, a casi veinticinco años del derrumbre de la Unión Soviética, sigue considerando el Día de la Victoria como una fecha sagrada, que se conmemora con festejos e imponentes paradas militares en Moscú y en toda Rusia. Y esa es la razón porque la bandera roja, la misma que flameó sobre la cúpula del Reischtag nazi, no puede estar ausente.

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