Acerca del libro "Secretos en rojo"
de Alberto Nadra
No es fácil abordar este libro, cuyo texto se
desarrolla en varios planos, y en una gama de tonalidades que van desde
los gráves , el recuerdo emocionado y franco del autor de páginas de su
vida, hasta los agudos, de definiciones polémicas, con las que se puede
discrepar __ y de hecho, discrepo__ pero que crecen desde sus certezas y
su honestidad.
Surge
un primer interrogante, ¿por qué exhumar hoy, casi como en un acto de
catarsis, secretos celosamente guardados en su momento, cuando han
pasado veintiséis años de un Congreso partidario que inició la debacle, y
más de veintidós años del hundimiento de la Unión Soviética, matriz y
razón de ser de todos los PPCC del mundo?
Otra
curiosidad, resulta del hecho de que, probablemente, el Partido
Comunista Argentino haya sido, con mucho, la agrupación política que más
libros publicó, que más imprentas y editoriales sostuvo, tanto en el
país como en el extranjero, además de un vasto frente cultural e
intelectual que llevaría a H.P.Agosti a escribir que "La sola existencia
del Partido Comunista argentino, constituye en sí misma, un hecho
cultural de primerísima magnitud".
Sin embargo, a partir de la crisis de los años ochenta, ningún dirigente, intelectual o cuadro político a excepción, por lo que sé, de Fernando Nadra, Jorge Sigal e Isidoro Gilbert se atrevió o sintió la necesidad de expresar sus opiniones públicamente.
Quizás
deba rastrearse esto en el desengaño, el desgarro, el quiebre de las
certezas. Pero también en otras razones. Arturo Zamudio Barrios, en su
libro "Las cárceles de Agosti" (Centro Editor), no se refiere a las
prisiones físicas que el intelectual comunista padeció, sino a las
limitaciones que las rejas del dogmatismo y el discurso único impusieron
a su creatividad y solvencia. Y que afectaron igualmente a la mayoría
de nosotros, porque dogmáticos, pro-soviéticos y stalinistas fuimos
todos.
Claro, ahora es
fácil descubrir otras lecturas, dudas que guardábamos, discrepancias que
callamos. Tuvimos una historia de errores__ muchos de ellos trágicos__ y
grandezas, de miserias y heroísmos, que, consciente o
inconscientemente, todos conservamos en algún rincón de la memoria,
porque nos formó (o deformó) marcando nuestras vidas.
Es
en este sentido que "Secretos en rojo" es bienvenido, en un tiempo
político que ha rescatado el debate, que revisa la historia. En este
contexto, prácticamente todas las agrupaciones de izquierda han hecho su
relectura a través de abundante bibliografía, no siempre lo
suficientemente autocrítica. Cronicando períodos de la historia del PC,
Alberto Nadra propone su aporte casi autobiográfico para cubrir este
vacío. Sobre todo, en un punto que, paradójicamente, fue el detonante
del "viraje" del 86 y sigue siendo leiv-motiv, por ignorancia o infamia:
el rol del PC durante la dictadura militar, y en este aspecto, su
testimonio veráz y documentado ofrece una visión esclarecedora sobre el
divorcio entre una línea oficial errada y la práctica real de la
militancia comunista, con el alto precio de miles de compañeros
encarcelados y cientos de desaparecidos y asesinados.
No
obstante, y desde el sincero reconocimiento de su mayor protagonismo,
inserción partidaria y acceso a documentación, pero sobre todo, desde el
respeto a su militancia y a su honestidad, me permito exponer mis
discrepancias con enfoques que, más allá de lo anecdótico en el plano
personal, comportan opiniones e interpretaciones políticas. Porque en
algunos de esos enfoques, pareciera que hablamos de partidos e historias
diferentes. De hecho, estuvimos en bandos opuestos, en una guerra sin
gloria que enfrentó amigos, familiares, camaradas que creíamos
entrañables, y que llevó finalmente a la virtual destrucción de un
partido que supo ser grande y fuerte.
El
compañero Nadra centra su crítica en el llamado "viraje en unidad",
pero mantiene su defensa del "viraje", del cual se reconoce uno de sus
promotores, hasta su renuncia en 1989. Para la mayoría de los
comunistas, fueron dos etapas del camino a la destrucción del Partido.
Estuvimos de acuerdo con las Tesis y la necesaria autocrítica y
corrección de los errores, pero siempre con la vista puesta en la
construcción de un partido de masas, de su necesaria democratización
interna y el acercamiento a los sectores más avanzados del peronismo,
cuando el "viraje" proponía un partido elitista de cuadros, una "unidad
de las izquierdas" que se traduciría en alianzas como el nonato Frente
del Pueblo, el FRAL, Izquierda Unida , con el trotzkismo del MAS, desde
un revolucionarismo tardío que alimentaría la mística a-crítica del
guevarismo. Hubo también una concepción del internacionalismo
discutible, marcada por la diferencia entre la Brigada Gral. San Martín,
que llevó su solidaridad activa a Chile, o la posterior ayuda prestada a
los camaradas exiliados chilenos, acorde con las mejores tradiciones
partidarias, y el aventurerismo irresponsable de enviar contingentes a
entrenarse y, en algunos casos, a luchar y morir en la selva
salvadoreña, como el joven cuadro Marcelo Feito.
Pero
lo que es peor aún, el "viraje" no surgió de un debate que pudo
enriquecernos a todos, sino de maniobras conspirativas que terminaron en
una suerte de "limpieza étnica ideológica". De 1986 a 1989, miles de
cuadros fueron marginados, cubiertos de infamias, para terminar, a una
edad ya avanzada desde el punto de vista laboral y con su vida destruida
(la misma medicina que probó el autor y su padre poco después, según
relata...), "pasados a la producción", eufemismo que no dejaba de ser
benévolo, ya que allá, en la patria socialista, en no pocos casos
terminaban con un tiro en la nuca.
Pienso
que los jóvenes y no tan jóvenes protagonistas del "viraje", no
procesaron correctamente el trauma que sufrimos todos, disparado por la
contradicción entre una línea política vergonzosa que de hecho
significaba una desviación oportunista de derecha (expuesta en
documentos oficiales y particularmente en el inefable libro del
Secretario General Arnedo Alvarez sobre el "convenio nacional
democrático", que el propio Fernando Nadra, en su carta de renuncia,
califica irónicamente de "cierto tufillo notarial,de escribania),y la
resistencia que la militancia real protagonizó, durante la dictadura y
ántes, contra el terrorismo parapolicial del 74 al 76. Al respecto,
quizás deba rescatarse la postura de Rodolfo Ghioldi y de Agosti, voces
solitarias que planteában llamar a la dictadura por su nombre, aunque es
preciso reconocer que la resistencia en el contexto represivo, solo era
posible encararla desde la defensa de los Derechos Humanos o lo
politico-cultural, ya que haberlo hecho desde el apoyo a las
organizaciones armadas, aparte de estar reñido con la realidad y nuestro
pensamiento teórico y político, hubiese significado, lisa y llanamente,
la liquidación del Partido.
Con
respecto a esto, coincidimos con Rodolfo Nadra en su intervención
solidaria en el libro, en las críticas al aventurerismo, en la
inexistencia de condiciones subjetivas reales, que "solo existieron en
la imaginación de los dirigentes de precarias organizaciones armadas de
entonces, muchos de los cuales aún siguen pontificando sobre los errores
y haciendo un verdadero culto de lo que no fue. Lo que sí sucedió, y a
ellos les cabe tremenda responsabilidad, es que llevaron a miles y miles
de jóvenes y adultos a la muerte, que ejecutaron los militares asesinos
y sus mentores y cómplices civiles". "Pero esa es otra historia",
termina Rodolfo.
Si,
una historia que amerita un debate, ya que puede hacerse extensiva esa
responsabilidad a la teoría del "foco" y las derrotas del Che, como al
propio error de los cubanos en esa época, de querer exportar la
revolución. Pero lo que podía justificarse en los 70 por un "clima de
época", resultaba patético a finales de los 80, con el agravante de que
se asumió una posición amañada frente a los hechos de La Tablada en
1989, "criticando a los compañeros equivocados" en lo que en realidad
había sido una mesiánica acción provocadora que dañó seriamente a los
organismos de DDHH y puso en riesgo a la democracia.
Quizás
un exceso de anecdotario personal, valioso por cierto, restos de un
rencor común que los años debiesen haber mutado en análisis político e
histórico, no facilita el debate objetivo. Porque, ¿qué defendíamos o
qué atacábamos en la disputa partidaria? La historia del "viejo"
partido, merecía ser criticada, sus errores corregidos y superados. Una
organización y una línea política no se sustenta o justifica en la mayor
o menor heroicidad de su militancia. Pero toda la historia del PC y del
movimiento comunista internacional, incluída la Unión Soviética, es una
historia de errores y de aciertos, de grandes logros y de fracasos,
pero también por una línea que marca la firme convicción en la lucha por
derrotar al fascismo, la solidaridad internacionalista con la España
Republicana, la epopeya del Ejército Rojo derrotando al nazismo, los
movimientos partisanos de resistencia y, posteriormente, la ayuda
soviética a todos los movimientos de liberación nacional, invalorable en
el caso de la Revolución Cubana. Inmersa conscientemente en esa
historia (curiosamente olvidada por "el Partido del XVI Congreso")
transcurrió nuestra vida y nuestra militancia.
Y
hasta se podría decir que sigue transcurriendo, como "Aquello donde
quedó fijada, perturbada por lo que parece ser un duelo que nunca
terminó y a lo que vuelvo obsesivamente, es el relato de lo que fue una
esperanza y terminó en fracaso...", como sentidamente expresa esa gran
escritora y compañera, Liria Evangelista.
Por
eso, la crítica en bloque, descontextualizada, está más cerca de la
autojustificación del desengaño que de una relectura lúcida desde la
izquierda. Los comunistas que ingresaron al Partido en los 90, o en las
décadas sigiuientes, harían bien en leer, documentarse, hablar con los
"viejos comunistas" que aún quedan, porque no conocieron el Partido
Comunista.
Y acá surge
una contradicción. Porque toda la rica experiencia militante de Nadra,
como la nuestra, se desarrolló en los marcos de aquel Partido, que, con
todos sus errores, representaba una fuerza considerable de la izquierda
argentina, respetada aún por sus enemigos. La parte del libro dedicada a
lo que va del 86 en adelante, el "nuevo Partido", muestra una
lamentable crónica de ambiciones y personalismos, un internismo feroz
que terminaría en una suerte de canibalismo político y con el éxodo
hacia otros rumbos de los "revolucionarios".
Sigo
creyendo que la Unión Soviética marcó la historia del siglo XX, y que
su hundimiento puede interpretarse como una verdadera tragedia
histórica, al decir de Eric Hobsbawm. Curioso destino el de los
comunistas, de desgarro en desgarro. Cuando muere Stalin, millones de
hombres y mujeres de todo el mundo lloraron. Cuando el XX Congreso del
PCUS, millones de comunistas nos sentimos desconcertados, estafados.
Cuando los tanques soviéticos entraron en Hungría para aplastar una
contrarevolución fascista ("la batalla que perdió la reacción", como
escribió Fernando Nadra) creímos (y sigo creyendo) que fue correcto.
Cuando sucedió lo de Checoslovaquia, al amparo de la "teoría de la
soberanía limitada" de Brehnev, pensé y sigo pensando que se frustró la
última posibilidad de una reforma democrática del socialismo.
Después,
hechos como el cisma chino-soviético, Vietnam invadiendo Camboya para
reprimir a "comunistas" genocidas, China atacando a Vietnam, para
finalizar en el Vietnam soviético en Afganistan, fueron horadando el
relato heroico. Y sin embargo, ese relato y esa realidad existieron, e
indirectamente, somos sus herederos y también co-responsables de su
fracaso.
Porque
estalinistas y dogmáticos, fuimos todos. En realidad, hubo otros
virajes. En los años 60, José Aricó, uno de los más importantes
estudiosos del marxismo en nuestro país, proponía un viraje intelectual,
teórico, político e ideológico hacia el marxismo, con la aparición de
"Pasado y Presente", que contó inicialmente con el estímulo y el apoyo
de Héctor Agosti. Todo el grupo fue expulsado del Partido. En 1968,
Roger Garaudy, filósofo oficial del Partido Comunista Francés y miembro
de su Comité Central más allá de su posterior derrotero, que lo llevaría, al final de su vida, a la metafísica y el negacionismo
, publicaría el libro •"El gran viraje del socialismo", que anticiparía
lúcidamente lo que terminaría con la implosión de la Unión Soviética.
En el 73, Ernesto Giúdice daría a conocer su "Carta a mis camaradas".
Eran "renegados", se habían pasado al campo de la burguesía. Me cuesta
creer que cuadros formados política e intelectualmente no los hubiésen
leído, aunque más no fuese por curiosidad, por una inquietud intelectual
que reclamaba respuestas movilizadoras, más sólidas que los pesados
textos monotemáticos de la "Revista Internacional" o los "informes".
Hoy,
"militantes entre dos siglos", estamos pisando una nueva época. La
Unión Soviética, que fue capaz de la epopeya de derrotar al nazismo,
implosionaria sin resistencia, sin disparar un solo tiro. Los partidos
comunistas de masas de occidente terminaron reducidos a su mínima
expresión, y la caducidad de la hipótesis revolucionaria, al menos en
los capitalismos desarrollados, es un dato objetivo de difícil
refutación. Es que el derrumbe de muchos paradigmas, no es un invento de
la pos-modernidad, sino el resultado de un cambio de época que merece
una lectura desde el marxismo, que reclama a su vez, una relectura del
mismo que lo exima de determinismos teleológicos e influencias
positivistas, rescatando y actualizando su riqueza en plenitud,
des-dogmatizada.
Una
nueva época, en la que asistimos al despertar latinoamericano, con
procesos progresistas que avanzan mediante reformas, muchas de ellas
verdaderamente revolucionarias,
Si somos
capaces de construir nuevos paradigmas, nuestros sacrificios, sueños y
desgarros, no habrán sido vanos. "Hay cosas peores que tener una
religión, por ejemplo, carecer de una visión organizada del mundo", como
dice Ludolfo Paramio. Pienso en un socialismo factible, democrático,
realizable, que no imponga al pueblo un destino sacrificial en aras de
un futuro incierto, como ocurrió con todas sus frustradas expresiones.
Es el camino que están mostrando los procesos latinoamericanos, con
mayor o menor grado de profundización según sus contextos históricos
nacionales y las respectivas correlaciones de fuerzas.
¿Los
ex-comunistas? Ciertamente constituimos el partido más grande del
mundo. No renunciamos a nuestra historia, incluso muchos no renunciamos a
seguir considerándonos comunistas. Pero más allá de la lícita
nostalgia, diario de a bordo de nuestras vidas, nuestras convicciones
adquirirán vigencia en la medida de que seamos capaces de ejercer una
crítica y autocrítica objetiva y honesta, que no nos empantane en
teoricismos esquemáticos y consignismos vacios, muchos de ellos
perimidos, sino que nos permita acceder a una apreciación correcta de
una nueva realidad nacional, latinoamericana y mundial, y contribuir con
nuestra experiencia, a consolidar y avanzar en los nuevos caminos que,
dificultosamente, con avances y retrocesos, con incertidumbres y
certezas, vienen, venimos desbrozando los pueblos de nuestro continente.
No
dudo que en este camino, compañero Alberto, marchamos juntos
manteniendo el fuego, más allá de interpretaciones del pasado o del
presente. Si "Secretos en rojo" merece ser valorizado, es precisamente
porque, por sobre las posibles y lógicas visiones diferentes, propias
del debate político, incluso sobre lo que considero quizás un enfoque
teñido de un exceso de personalismo, que disminuye la amplitud
histórico-política del análisis, tiene la virtud de exponer con valentía
y honestidad, una vida de admirable militancia que nos enorgullece a
todos los que supimos recorrer esos tramos de la historia.
En
un viejo poema, Tuñón dice que "hay una línea en la palma de la mano/
que separa la ceniza del fuego...". Seguimos, sin duda, de éste lado...
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